La película dirigida por Kasi Lemmons es una falta de respeto a la carrera de la histórica vocalista norteamericana, con una protagonista poco convincente, amén de insólitos errores en el guión del talentoso Anthony McCarten.
Una biopic fallida que no resiste el menor análisis. «I wanna dance with somebody» recuerda con muchos errores y pocos aciertos la carrera de la inolvidable artista Whitney Houston.
(Capital Federal – Jueves 9 de Febrero de 2023) Las expectativas en todos aquellos fans argentinos que en su momento disfrutaron en tiempo real de la fantástica carrera musical de la extraordinaria vocalista norteamericana, eran fuertes. El enorme cúmulo de interés, curiosidad y también la inocultable melancolía de poder recordar a una enorme leyenda artística que fue calificada en su momento como “la voz”, tal la destacada denominación que recibió en los Estados Unidos a principios de los ‘90s, sin dudas despertaba en toda la audiencia nacional una natural seducción para cualquiera que haya escuchado las icónicas canciones que la hicieron una estrella en todo el mundo. Recrear la vida de una mujer que tenía una descomunal garganta, apropiada para cantar todo tipo de música, apareció en los anuncios promocionales como una buena ocasión de recordar en su verdadera escala a esa gran intérprete que fue Whitney Houston. Lamentablemente, el estreno de “I wanna dance with somebody”, dirigida por la insulsa y mediocre actriz Kasi Lemmons, constituye una gravísima patada a la entrepierna de los mejores recuerdos que alguno todavía pueda conservar, de la famosa vocalista norteamericana a once años de su muerte.
Whitney Houston y su histórico productor Clive Davis. Los intérpretes Stanley Tucci y Naomi Ackie encarnan al productor discográfico y la artista surgida del coro de una iglesia evangelista.
Para la audiencia nacional, Whitney Houston no es una artista más. Su figura creció justo cuando la industria cambiaba de formato e iniciaba la etapa del recordado CD, ese disco digital que el público adoptó cuando se acabó en las fábricas el acetato para hacer vinilos a finales de los años ‘80s. En Argentina la cantante estadounidense fue una de las grandes vendedoras de álbumes y su ascenso a nivel mundial se correspondió en Argentina de igual manera, con temas que sonaron hasta el hartazgo en las radios y naturalmente en la famosa cadena de videos musicales MTV. A casi 30 años de aquél fenómeno que estalló en Argentina con la publicación de la banda de sonido de “El guardaespalda” (The bodyguard), la llegada a los cines de esta biopic sobre la estrella norteamericana resultaba irresistible, intuyendo a primera instancia que una poderosa producción que cuenta con el respaldo de su familia y el apoyo del sello discográfico que publicó sus trabajos, asomaría como la mejor manera de homenajearla en la pantalla grande con buen audio y una espectacular imagen. Nada de eso ocurre en las dos horas y 26 minutos que dura este insufrible adefesio muy mal actuado y peor escrito. Resulta inadmisible la cantidad de errores deslizados en el guión, una pésima conjunción de escenas que en ningún momento logran transmitir lo que sucedió en la vida real con esta talentosa mujer que arrancó cantando gospel en un típico coro de iglesia.
Si ya designar a la mediocre Kasi Lemmons como directora de este largometraje (nunca mejor el término en cuanto a extensión de tiempo) fue un impresentable desatino, peor fue lo demás con la inconsistente tarea de casting que concluyó que Naomi Ackie, una intérprete que ganó popularidad con la última producción de “Star Wars”, podía dar vida en la pantalla a esa magnífica intérprete de color que revolucionó el mundo pop a fines de los ´80s. El film es un folletín insoportable que intenta mostrar cierta intimidad en la vida de la cantante, pero al carecer de los datos correctos, termina generando una serie de errores históricos típicos de estas producciones, donde no aparece un añejo historiador que les recuerde a tiempo a la plana ejecutiva el momento en donde una película puede terminar siendo un bochorno. El envión de facturar con el recuerdo de la cantante que se convirtió en muy poco tiempo en una descomunal estrella planetaria de la música, ha podido más y la película lejos de darle a esa carrera una retrospectiva muy apropiada, muestra costados intrascendentes, ignorando con vergonzosa actitud los elementos que terminaron con la vida de la recordada vocalista.
Una intérprete despilfarrando un papel que merecían otras actrices. La tarea de Naomi Ackie encarnando a Whitney Houston no logra convencer en ningún momento del largometraje.
Naomi Ackie es una insulsa actriz inglesa y su interpretación de Whitney Houston resulta a todas luces una falta de respeto a la figura que evoca. Además de no dar con el contexto físico de la icónica vocalista negra, entre otras cosas por ser más baja de altura que la gran artista norteamericana, su tendencia a resolver muchas escenas con mohines faciales pone la cuota de chatura que este recordatorio fílmico no merecía. La pregunta es inevitable por más que suene innecesaria en la descripción: ¿Habrán visto la directora Kasi Lemmons y la actriz Naomi Ackie todos los documentales, videoclips y entrevistas que la verdadera Houston realizó a lo largo de su carrera? Si los vieron, está claro que no aprendieron nada y si no los vieron, jamás debieron encarar un proyecto de esta dimensión. No resulta nada curioso y llamativo que la producción de este film haya escogido a Anthony McCarten en la estructura del guiòn, tomando en cuenta su acertada labor en “Bohemian Rhapsody”, pero està que el guión creado en la ocasión no las ayudó en lo más mínimo para construir una historia con adecuada veracidad y planteos apropiados, pero buena parte del fracaso evocativo recae con lógica en una pésima actriz puesta a dirigir, junto a una intérprete que jamás debió actuar en esta producción estrenada a fines del año pasado.
Esta fallida película producida por la exitosa firma TriStar Pictures y distribuída por Sony Pictures Entertainment, denota un patético trabajo de edición donde los bellos momentos musicales de la cantante, asoman mutilados como si la compaginación la hubiese llevado a cabo “Jason” con la motosierra chorreando sangre y fastidio criminal. Solo así se podría entender que las dos canciones que posicionan a la estrella en el mercado mundial suenen en breves chispazos fílmicos, incluso priorizando más el trabajo de todos los bailarines de aquellos videoclips tan conocidos por la audiencia. Kasi Lemmons gasta muchos minutos del film en tratar de elaborar una tendencia lésbica al principio de la carrera de Houston, cuando la realidad recuerda que la amistad de la protagonista con una amiga del colegio a esa altura de las circunstancias no tenía tanto peso, por más que Whitney haya colocado a su amiga como una de sus principales asistentes en su séquito personal. Pero la directora, no conforme con ese curioso argumento sexual, parece dejar de lado los factores que con el paso del tiempo provocaron la decadencia de la cantante y su posterior fallecimiento.
Lo único bueno de una película espantosa. La actuación del magistral actor Stanley Tucci en la piel del productor Clive Davis aporta los mejores momentos de un film errático y con una edición muy polémica.
La aparición de Bobby Brown en la vida de la intérprete marcó un antes y después en esa figura estadounidense de la música pop. Un cantante de cierto peso en la industria de esa época, aquí es puesto como un novio conflictivo de baja escala, ignorando que la nefasta presencia del músico en la vida de Houston la sumió en situaciones bochornosas. Dejando traslucir una imagen muy edulcorada del principal responsable en la vida de esta estrella, al sumergirla en un mundo tóxico, violento y mediocre, el cual no difiere mucho de lo que sucede con el género urbano y el trap en Argentina actualmente, Brown en la débil mirada de la directora asoma como un conflicto personal retratado con pinceladas muy toscas. El lapso de esos quince años de idas y venidas que tuvieron su impacto en la carrera de esta leyenda musical, aquí fueron mal resueltos con un par de escenas y flojas actuaciones que no convencen en lo más mínimo. Ni hablar el horrible tramo de la película donde Houston sacudió al mundo con su presencia en el cine, publicando una banda de sonido que hasta la fecha es el disco más vendido en la historia de los soundtracks. Para Kasi Lemmons, el tramo de mayor popularidad en la carrera de la notable vocalista apenas amerita la insólita repetición de una misma imagen de Kevin Costner durante la filmación. Un espanto.
Los desatinos no paran, la versión elegida de “I will allways love you” tras la liberación del político Nelson Mandela flaco favor le hace al icónico tema, rescatándose de aquellos hitos de la vocalista solo el momento de cantar el himno de los Estados Unidos en un “SuperBowl”, con la fuerza aérea estadounidense sincronizada con la canción, para sobrevolar el estadio con milimétrica precisión sobre el estadio de fútbol americano, en uno de los pocos momentos acertadamente logrados. La decadencia de la intérprete, fruto del gran consumo de alcohol y drogas ilegales que ingirió poco después de casarse con Bobby Brown, aquí aparece con retazos grises sin demasiada elocuencia, casi ignorando las razones de la gran debacle en la que Houston cayó cuando dejó de escuchar las acertadas recomendaciones del exitoso productor Clive Davis, brillantemente interpretado en la película por Stanley Tucci, el único intérprete que da con la altura del desafío propuesto. La directora de la película después de dos horas, en los últimos 26 minutos se acordó que debía cerrar el adefesio creado y no tuvo mejor idea que mostrar completo el último momento de Whitney en vivo, dando forma a ese medley que exigía su garganta a niveles inusuales. Ese prolongado enfoque a pocos centímetros del inexpresivo rostro de Naomi Ackie durante tantos minutos, asoma como un patético martirio para el espectador, que a esta altura amaga con levantarse de la cómoda butaca en la oscuridad de la sala.
La inolvidable aparición en el «Super Bowl». Una de las pocas escenas logradas en una película larga, soporífera y con errores históricos sencillamente inentendibles.
Esquivando los puntos fuertes que la convirtieron en una estrella, ignorando las canciones que explotaron en el mundo y poniendo como protagonista a una muy mediocre actriz que no para de hacer gestos cómplices a cámara, la directora Kasi Lemmons deja en claro que este proyecto le quedó gigantesco para su reducida capacidad profesional. Los temas que suenan en el film, de tan mutilados y deformados en su audio, terminan creando un clima adverso a la historia que se pretende contar, por más que al final cuando suben los títulos aparezca alguna versión inédita o un remix de alguna página memorable. El 11 de febrero de 2012 el mundo se sacudió con la muerte de Whitney Houston, ahogada en su bañadera por consumo excesivo de alcohol y cocaína, horas antes de presentarse en un concierto en un conocido hotel de Beverly Hills. Aquél amanecer el planeta dirigió sus ojos al hotel en donde se encontraba alojada la cantante, quien lucía muy demacrada por el desgaste físico y el alto consumo de sustancias letales para su organismo.
La película, lejos de mostrar ese momento, prefiere a juzgar por la insulsa directora, evadir todo el dolor que vivió la cantante y cerrar su film con imágenes de archivo de la recordada estrella norteamericana. Ignorar el desenlace de esa situación no es un detalle menor, si se recuerda que recientemente la hija que Houston tuvo con Bobby Brown murió en circunstancias similares. La horrible película de Kasi Lemmons no aporta nada interesante y deja luego de casi 150 minutos realmente gusto a podrido, evocación de tono folletinesco que no acierta el rumbo de narración, los recuerdos y sobre todo, interpretada aquí por una actriz tan inexpresiva y muy carente de carisma.
Puede ser cualquiera…menos Whitney Houston. La actuación de Naomi Ackie por momentos es insufrible y en el final encara un medley interpretativo sencillamente horripilante.
Para quienes tengan ganas de recordarla como corresponde, nada mejor que ver los videos de sus dos actuaciones en Argentina. Whitney Houston llegó a Buenos Aires en abril de 1994, de la mano del talentoso productor Daniel Ernesto Grinbank y su empresa “Rock And Pop”, concretando dos recitales en la cancha de Vélez los días sábado 16 y domingo 17, con localidades totalmente agotadas. Por primera vez en ese estadio se colocaron filas de butacas en el pasto, convirtiendo al campo en una platea preferencial frente al enorme escenario dispuesto en aquél momento. El gran recital de apertura de esta artista fue emitido por la televisión abierta y ahí puede verse la verdadera dimensión de la vocalista norteamericana, reducida en esta reciente película a una bochornosa pantomima de sí misma. Hay trabajos documentales que recientemente le han hecho justicia a la cantante, pero este horrible catafalco de inexactitudes y actuaciones olvidables, solo bucean en lo peor todo el tiempo, exponiendo un erràtico concepto lleno de incongruencias históricas.
Fotos «I wanna dance with somebody»: TriStar Pictures – Sony Pictures Entertainment