Participando de oxidados programas de chimentos, compitiendo en oportunistas realitys de la franja prime-time y hasta con programas propios en horarios intransitables, estos emergentes de la inocultable mediocridad telefònica exponen su incapacidad, prepotencia y actitudes deleznables.
Por David Dakota
(Capital Federal – Sàbado 05 de Septiembre de 2020) Indudablemente si la televisión abierta estaba antes de la pandemia en terapia camino al respirador indispensable, ahora y ya con la pantalla chica brutalmente impactada por los cambios y modificaciones que han ocasionado la pandemia y su consecuente cuarentena, desafortunadamente este històrico medio que mutò los rayos catòdicos por las nanocèlulas digitales de los tiempos 5K, hoy expone su mayor y màs profunda decadencia en numerosas dècadas de existencia.
Todos bramaban por la llegada de los mediàticos o bizarros durante el inicio del milenio, pero el desgaste de los mismos,dejò a ese opaco fenómeno social en un muy patètico grupúsculo de personajes apenas sobreviviendo a los cambios sociales de una tv que no olvida nunca de echar mano de ellos para una emergencia. Aludiendo a un patètico momento donde la sociedad confiere importancia casi religiosa a ciertos usuarios de la telefonìa mòvil, nadie muestra su asombro o sorpresa ante el brutal y compulsivo desembarco de los influencers en la televisión abierta,un fenómeno que supuestamente llegò para quedarse hasta tanto se lo reemplace con una aberración humana de mayor escala e impacto mediàtico.
Algunos empresarios, especialmente un distintivo referente del sur del paìs como la reconvertida y ostentosa localidad de Esquel, han puesto su foco en estos personajes que segùn explican, no solo pueden aportar hoy ciertas novedades a este oxidado formato, sino sobre todo el consecuente y anhelado traslado de los innumerables seguidores,que todos estos nuevos muñequitos de torta podrìan sumarle al raquítico rating de la televisión nacional abierta.
La importancia de estos nuevos emergentes, ya se pudo comprobar muy fehacientemente durante los ùltimos tres años en la tv: una joven pareja de insufribles influencers ganò un supuesto concurso de baile y por lo menos dos conocidas usuarias de la telefonia mòvil, consiguieron destacados trabajos como panelistas en ciclos de farándula o similares, con la consecuente furia de aquellos que se vieron desplazados por el arribo de estos horribles emergentes sin ningún tipo de capacitaciòn, excepción hecha de manipular su celular con una destreza propia de los acróbatas del circo revoleando sus manos, para disparar varias situaciones proclives de polèmica.
Mientras las redes sociales los idolatran como nuevas figuras de la multitudinaria sociedad telefònica sobrada de tiempo para perderlo en estas estupideces cotidianas, los sitios de Internet, las radios decadentes y bastantes canales de la televisión, necesitados de noticias, los proclaman como la nueva generaciòn que llegò a esta infraestructura para cambiar todo de supuesta forma positiva, algo incomprobable o definitivamente falso. El supuesto poder que estos individuos se jactan de ostentar, radica en la cantidad de usuarios que los siguen en sus mùltiples y renovadas fortalezas dentro de las redes sociales. Sin dudas, competir con ellos en un potencial voto telefònico es casi como enfrentar a un ratòn contra un dinosaurio, esperando que el primero logre el milagro de revertir un resultado cantado desde el mismo inicio.
Esta semana que termina marcò el mayor punto de exposición en la televisión argentina y otros medios de comunicación: al menos cuatro jóvenes participantes del“Bailando 2020” pertenecen a la famosas comunidad de redes sociales, sin olvidar que por lo menos cinco programas de la tv abierta cobijan cómplicemente, a estos oscuros y siniestros emergentes que pretenden una voluminosa colonización del medio por màs de estos individuos plenos de soberbia, pero carentes de educación, modales y valores destacables.
El exponente que màs irritaciòn provoca en los antiguos televidentes, esos que testimoniaron el verdadero y valioso esplendor de la pantalla a fines de los ’60 y comienzos del nuevo milenio, aparece como un inmaculado mediocre carente de atractivo alguno, excepción de sus ojos claros y su magistral forma de filmarse con la càmara de su costosìsimo telèfono,poniendo en foco lo ùnico que este vulgar prototipo de mandril considera sustancial en la vida, es decir èl mismo.
Lizardo Ponce, bendecido por una famosa productora y un empresario que tal vez lo considere un gurù de la fenomenologìa telefònica, llegò al supuesto concurso de canto en la cuarentènica pantalla abierta, exponiendo sus histèricos berretines, sus mohìnes de carilindo consentido por tontas seguidoras y su potencial violencia verbal para conseguir en la consideración, alterada por factores de total lògica y coherencia, un respaldo propio de icónicos polìticos como Winston Churchill o Abraham Lincoln.
Victimizàndose de insòlita manera, pretendiendo que el puntaje no pasa por lo horrible y espantoso que es cantando, sino por su simpatía con los usuarios telefònicos y su dudosa apariencia de post-adolescente sensual y cautivante, como un inodoro de cartulina, Ponce no duda en cuestionar a quienes deben juzgarlo como cantante, porque a fin de cuentas el ciclo donde participa es eso, un lugar donde importa màs la calidad artìstica que aquellos elementos secundarios del vocalista en cuestión.
Està claro que el tribunal seleccionado a la hora de armar de apuro este reality, sacado de la sucia baulera para cubrir un inmenso e inocultable espacio de la pantalla prime-time, està realmente hoy muy lejos de cualquier contexto de prestigio por las figuras seleccionadas, a excepción del legendario mùsico y productor musical Oscar Mediavilla, quien aceptò a regañadientes un puesto que Pepito Cibriàn abandonò, luego que la productora lo eyectara de su silla ante un famèlico perfil crìtico como le habìan reclamado originalmente para concederle ese destacado espacio en el tribunal de consideración artìstica.
Nacha Guevara, muy lejos de su calificado nivel en los escenarios y cercana a la brutal jubilaciòn a la que algunos pretenden condenarla, deja màs sombras que luces. Karina la princesita, novata en este rubro, transita su experiencia inèdita en la tele con muchas màs bajas que altas, en un insìpido, insalubre y devaluatorio comportamiento frente a càmaras. La animadora y ex– vedette Moria Casàn, a esta altura de su vida jugando un rol que expuso a todas luces su falta de renovación artìstica, expone sus broncas y simpatìas con una inestable bipolaridad operacional, sumàndose a un jurado que tiene mucho màs para perder que ganar, en su intento de consagrarse, dentro del fatal engranaje al que han sido confinados por la productora del oxidado ciclo.
El compulsivo y desproporcionado desembarco de estos personajes en la televisión, segùn sus responsables,responde a la necesidad de desviar el flujo de actividad de los seguidores de cada uno de estos influenciadotes, conviritièndolos en una nueva clase de rating para la alicaìda mediciòn de los cinco canales de tv abierta,un deseo que hasta ahora no se reflejò verdaderamente en los guarismos de Ibope.
La ùnica incidencia que tienen los integrantes de esta secta de telefonìa celular , es a la hora de la votaciones que se dearrollan bajo esta modalidad electrònica de comunicación.
El emergente màs destacado en las ùltimos dìas de esta nueva decadente colectividad es Lizardo Ponce, un horripilante linfoma mediàtico que cuenta con el insòlito respaldo de una panelista de tv casada con un jugador de fútbol, quien violando las normativas vigentes por los protocoles televisivos, aparece en el ciclo de cantantes sin respetar demasiado la distancia social en el sector asignado.
Este absurdo personaje que desconoce que esta clase de emergentes mediàticos tiene una indefectible e irreversible fecha de vencimiento, replica su popularidad con la de“Cumbio”aquella chica que alterò la tranquilidad del Shopping Abasto con su tendencia de “dark flogers emos”, a tono con un postulado de supuesta rebeldìa de esa sociedad juvenil que no encuentra, o no quiera encontrar un significado a sus insulsas vidas. Demostrando su previsible agilidad a la hora de manipular su celular todo el tiempo, casi como una patètica prolongación de su mano, evidencia respuestas propias de un accidentado en la vìa pùblica, con respuestas de fácil pronunciación que no logra esgrimir, evidenciando asì la posibilidad de numerosas zonas deterioradas de la corteza cerebral.
Nacidos de un erràtico tiempo donde la telefonìa fija es despreciada y lapidada como los cristianos en el coliseo romano, la aparición de los curiosos portadores de celulares que se manejan con el mismo en vivo haciendo las disparatadas acrobacias del legendario“YoYo Russell”, expone la cruel desesperación de un bloque de la sociedad carente de formación y el patètico usufructo que los oportunistas productores de tv hacen de los mismos, dando a la pantalla chica una gama de vergonzosos emergentes mediàticos, que lejos de producir algún contenido de entretenimiento, desembarcan en la màs que nunca“caja boba”a fin de establecer los mojones irreversibles de una televisión abierta en terapia intensiva, sin que esta tenga que ver con ningún problema sanitario, sino con la injustificada premiaciòn de personajes manipuladores de una sociedad totalmente narcotizada en pantallas de cuarzo y hambrienta de novedades que jamàs llegaràn a sus desgastados cerebros.